El diputado provincial Emiliano Peralta, oriundo de Reconquista, Santa Fe, ha cuestionado la asignación de fondos públicos a políticas de género y ha expresado que, siendo homosexual, no se considera parte de una «disidencia» ni de una minoría especial.
Su postura, que reivindica una humanidad desligada de etiquetas y colectividades, es válida en su experiencia personal, pero omite matices fundamentales de una lucha que trasciende la individualidad. Vale la pena explorar estas omisiones con datos, contexto histórico y una mirada crítica.
¿Por qué políticas de género?
El diputado cuestiona el destino de fondos públicos a políticas de género, sugiriendo que «el 99% de las personas no le importa con quién te acostás». Sin embargo, los datos en Argentina demuestran que la orientación sexual y la identidad de género son, para muchos, factores que determinan su seguridad, acceso a oportunidades y hasta su vida.
Según el informe 2023 del Observatorio Nacional de Crímenes de Odio LGBT+ en Argentina, en los últimos años hubo más de 120 homicidios vinculados directamente a la orientación sexual o identidad de género de las víctimas. Estas muertes no ocurrieron «por ser personas», sino precisamente porque la sociedad aún considera disidentes a quienes desafían sus normas tradicionales. En Santa Fe, provincia del diputado Peralta, el panorama no es diferente. La discriminación y la violencia hacia la comunidad LGBTIQ+ persisten, especialmente hacia sectores vulnerabilizados como las personas trans, homosexuales en barrios pobres y aquellos sin redes de apoyo.
«Disidencia» como resistencia
El término «disidencia» no busca encasillar, sino señalar una realidad: quienes se apartan de las normas heterocisnormativas aún enfrentan exclusión y violencia. Decir «somos personas» es ideal, pero no neutraliza que hay quienes, desde su privilegio (como hombres cis, blancos, con acceso a educación y cargos públicos), viven realidades diferentes a las de quienes enfrentan múltiples opresiones por su raza, clase o identidad.
Si el diputado Peralta puede hablar abiertamente sobre su orientación sexual, es porque ese colectivo del que él dice no sentirse representado luchó durante décadas. Gracias a las movilizaciones, leyes como el matrimonio igualitario (2010) y la identidad de género (2012) son hoy una realidad. ¿Se hubiera sentido tan «aliviado» compartiendo esta parte de su vida en los años 80, cuando la homosexualidad era considerada una enfermedad mental?
La desigualdad como eje
El diputado afirma que tiene «todos los derechos que vos». Sin embargo, en Reconquista, su ciudad, ¿puede un joven homosexual pobre y sin estudios expresar libremente su identidad sin miedo a la violencia o el rechazo? El Observatorio LGBT+ también muestra que la discriminación laboral es una constante. En el caso de las personas trans, el 90% no tiene acceso a empleos formales y vive en la pobreza extrema.
La afirmación de que «somos iguales» puede ser cierta en papel, pero no en la práctica. El acceso a derechos no es homogéneo. Como recuerda el historiador y activista Federico Andahazi, “la igualdad legal es el primer paso, pero no basta. Las estructuras de opresión siguen vigentes”.
Una deuda histórica
Peralta critica que se utilice la lucha LGBTIQ+ como «eslogan político». Sin embargo, ¿no es paradójico que él mismo agradezca haber «dado voz» a quienes se sienten invisibilizados? Esa voz, aunque lo incomode, existe gracias a quienes marcharon, resistieron y lucharon por espacios seguros. Y sí, las marchas del orgullo son políticas, porque los derechos conquistados no fueron regalos, sino logros obtenidos tras décadas de activismo. Como escribió Gabriel J. Martín, autor de Quiérete mucho, maricón, “el orgullo es necesario porque la vergüenza ha sido nuestra historia».
La centralidad de lo personal
La homosexualidad no debería definir a nadie, pero invisibilizarla tampoco. Cuando se dice «lo personal es político», se alude a cómo las experiencias individuales se entrelazan con las estructuras sociales. La frase de Peralta, «queremos laburar, tomar vacaciones, tener nuestra familia», parece simple, pero es un eco de las reivindicaciones de un colectivo que sigue luchando porque esas cosas básicas sean posibles para todos, no solo para quienes ocupan posiciones de privilegio.
Si ser homosexual no define a una persona, ¿por qué muchos son asesinados o excluidos por ello?
¿Cómo se construirán sociedades igualitarias sin políticas específicas que enfrenten las desigualdades?
¿Es justo descalificar el esfuerzo de un colectivo que permitió que hoy podamos hablar de diversidad en la esfera pública?
El activismo no es perfecto y puede incomodar, pero ignorarlo sería deshonrar a quienes abrieron las puertas de la libertad. Como sociedad, debemos cuestionarnos constantemente cómo hacer más inclusivos nuestros derechos y cómo garantizar que todos tengan las mismas oportunidades.
Las palabras del diputado son una invitación al debate, pero este debe ser informado, empático y comprometido con una mirada integral. Porque si algo nos enseñaron las luchas históricas, es que la libertad individual no puede separarse de la justicia colectiva.