Cuando el odio se viste de argumento: qué esconden estos comentarios sobre abuso infantil

Hace unos días, en una publicación de Vía Libre Reconquista —un medio digital de la ciudad santafesina de Reconquista— se desató un intenso debate. En esa nota, los padres de César Lebus, condenado a 14 años de prisión por abuso sexual infantil contra sus propios hijos, defendían su inocencia.

En los comentarios, decenas de usuarios justificaron al agresor, atacaron a la madre, hablaron de “falsas denuncias” y ridiculizaron los casos de abuso infantil alegando que son simples mentiras de niños. Afortunadamente, también hubo muchas voces que apostaron por la credibilidad de niñas y niños, por escuchar antes que dudar.

Pero lo que aquí analizamos no es la defensa legal —que ya tuvo su curso y su sentencia— sino los estereotipos y clichés que circulan como si fueran verdades evidentes, y que en realidad refuerzan una cultura de impunidad y descreimiento hacia las víctimas.

A continuación, agrupamos los argumentos más repetidos —desde “la madre lo indujo”, “los niños mienten”, “la justicia está corrupta” hasta “yo también estoy preso injustamente”— y los contrastamos con datos, normativa y evidencia científica.
Porque no basta con decir que algo es falso: hay que mostrar por qué esas afirmaciones se derrumban cuando se las confronta con los hechos y con los derechos.

“Las falsas denuncias son una realidad”: el mito más viejo del patriarcado

Rulo Gómez comentó: “Lo que vivimos esto de las falsas denuncias es horrible!!! Perdés todo: hijos, trabajo y vida. Vergüenza dan las fiscales de género de la ciudad de Santa Fe.”
Diego Bogado agregó: “Pongan fotos de los jueces y fiscales inoperantes que condenaron sin pruebas y también de la vividora que le quiso sacar todo al marido.”

Estos mensajes son recurrentes en cada debate sobre violencia sexual: la idea de que existe una “epidemia de falsas denuncias” contra varones. Sin embargo, no hay evidencia que respalde esa afirmación.

En la provincia de Santa Fe, no existen registros oficiales que acrediten denuncias falsas por parte de mujeres hacia hombres, ni en casos de abuso infantil ni en delitos de violencia sexual. Las estadísticas muestran lo contrario: la mayoría de las denuncias se archivan por falta de pruebas o demoras procesales, no por falsedad del relato.

El mito de las falsas denuncias no busca justicia: busca restaurar la impunidad y preservar el privilegio masculino de que la palabra de los hombres valga más que la de las mujeres o de las infancias.

“La madre lo manipuló”: el prejuicio misógino más funcional

Silvana Salinas Bosco comentó: “Dentro de unos años ese relato implantado será borrado por la psiquis de los niños. Esta madre, como tantas, que usaron a sus hijos para tapar sus conflictos, tendrá que dar explicaciones.”
Tiviroli Emanuel dijo: “Los niños no dijeron lo que pasó. La madre habló por ellos y dibujó un escenario.”

Estas frases reproducen el viejo mito de la “madre manipuladora”, heredero directo del desacreditado Síndrome de Alienación Parental (SAP), un concepto sin aval científico ni jurídico. La Organización Mundial de la Salud (OMS) y el Comité para la Eliminación de la Discriminación contra la Mujer (CEDAW) han advertido que este recurso se utiliza para desacreditar a las madres protectoras y silenciar a las infancias víctimas.

En el caso Lebus, el niño relató en Cámara Gesell que su mamá le había pedido que contara lo que le había pasado: lo alentó a hablar, no a inventar. Quienes defienden al condenado distorsionan esa frase para afirmar que la madre lo instruyó a mentir. Pero la Cámara observó la grabación completa y concluyó que el niño no mostraba señales de guionización, sino de trauma y bloqueo emocional, un patrón frecuente en víctimas de abuso infantil.

En este tipo de evaluaciones, no se analizan frases aisladas ni fuera de contexto, porque el sentido surge del conjunto de la narrativa, del tono, las pausas y las reacciones emocionales.

César Pedro Vicentín comentó: “Hay que escuchar a cada pelotuda que manda en cana 14 años a una persona por una frase que le dijo su abuela. Los niños sí mienten, son manipulados por los adultos.”

Este comentario combina dos estereotipos arraigados: la desconfianza hacia las mujeres —expresada en el insulto “pelotuda que lo mete preso”— y la sospecha de manipulación infantil. El uso de insultos hacia la madre no es una simple falta de respeto: es violencia simbólica, tal como la define la Ley 26.485. Estas agresiones discursivas buscan desacreditar la voz femenina, reducir su denuncia a la caricatura de una mujer exagerada o vengativa y reinstalar el prejuicio de que las mujeres que denuncian “arruinan vidas”.

“Los jueces y fiscales son corruptos”: atacar al sistema para defender al acusado

Dani L. Villalba escribió: “Los jueces y fiscales cada día más corruptos, no condenan con pruebas, solo con relatos.”
Pocho Torres agregó: “Desgraciadamente hoy no existe justicia. Hay que tener mucho cuidado, y más cuando no hay plata de por medio.”

Este discurso refuerza el mito de la corrupción judicial y desconoce cómo funciona el proceso penal. La sentencia de la Cámara en el caso Lebus se basó en pruebas múltiples: declaración en Cámara Gesell, informes psicológicos, testigos del entorno y pericias profesionales. Los “relatos” en delitos sexuales son prueba válida, siempre que se valoren con criterios técnicos, como lo exige el Código Procesal Penal.

Acusar de corrupción a la justicia solo porque el resultado fue una condena es negar el Estado de derecho. Los tribunales aplicaron las leyes vigentes:

  • Ley 26.485, de Protección Integral contra la Violencia hacia las Mujeres.
  • Ley 26.061, de Protección Integral de los Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes.
  • Convención de Belém do Pará, con jerarquía constitucional.

Claudia García fue más lejos: “Qué lindo sería tener un cuaderno con los nombres de todos los jueces y fiscales para ver si el día de mañana no los vemos pidiendo justicia por un hijo o un esposo.”


No es una opinión: es una amenaza velada, una forma de violencia institucional contra quienes aplican perspectiva de género. Estas expresiones buscan amedrentar y disciplinar a las operadoras judiciales que garantizan derechos.

“Los niños mienten”: cuando el adultocentrismo borra el trauma

Hilda Vera comentó: “Los niños sí mienten. No hay nada oculto que no salga a la luz.”
Tiviroli Emanuel insistió: “Los niños nunca dijeron lo que pasó, la madre habló por ellos.

Negar la palabra de las infancias es una práctica profundamente adultocéntrica y patriarcal. Tanto UNICEF como la Corte Interamericana de Derechos Humanos sostienen que el testimonio de una niña o niño puede constituir prueba suficiente en casos de abuso sexual, siempre que se valore con criterios técnicos.

Los relatos infantiles pueden contener fragmentos, silencios o bloqueos, porque el trauma altera la memoria narrativa. La Cámara que condenó a Lebus entendió esos signos como manifestaciones de daño psíquico, no como mentira.
Cuando alguien dice “los chicos mienten”, en general se refiere a mentiras pequeñas —ocultar una travesura o proteger a alguien querido—, conductas normales del desarrollo emocional, muy distintas a inventar un abuso sexual.

Mentir sobre abuso requiere conocimiento sexual y comprensión de las consecuencias judiciales, algo fuera del alcance cognitivo de un niño pequeño. Por eso, cuando un niño o niña relata un hecho de abuso, lo más probable es que haya ocurrido. Escuchar y creer no es ingenuidad: es justicia.

“Las feministas son femibolches, vividoras o incoherentes”: el odio disfrazado de opinión

Diego Bogado respondió a otra usuaria: “Disculpá, no discuto con femibolches.”
Graciela Villalba sumó: “Otra que es interesada, le quiere sacar todo. Por eso está haciendo todo lo que hace.”

Estos comentarios son violencia simbólica, definida por la Ley 26.485. No son debates políticos, sino estrategias de silenciamiento. Cuando no hay argumentos, se ataca la identidad, la ideología o el cuerpo de las mujeres. El odio no refuta hechos: solo busca reinstalar la idea de que defender a las víctimas es una exageración ideológica.

“No existe justicia / los hombres están perseguidos”: la inversión del rol de víctima

Liliana Quiroga escribió: “No sé por qué está preso. Pobre muchacho, la ex se fue al Chaco, ahí está todo dicho.”

Estas frases invierten los roles: el condenado aparece como víctima y la víctima como culpable. Es una narrativa clásica del antifeminismo contemporáneo, que transforma el castigo judicial en persecución política o de género.

Sin embargo, Lebus fue juzgado con todas las garantías y condenado por un tribunal colegiado que valoró pruebas y aplicó la ley. Lo que se intenta ahora, desde las redes, es reabrir simbólicamente el juicio desde la opinión pública. Eso no es búsqueda de justicia: es un intento de impunidad.

Escuchar para transformar

Los comentarios que niegan el abuso no solo desinforman: reproducen violencia simbólica y obstaculizan el acceso a la justicia. Cada vez que alguien dice “los niños mienten” o “las madres manipulan”, miles de víctimas silenciosas sienten que no vale la pena hablar. Frente a eso, necesitamos una sociedad que crea, acompañe y repare. Una justicia que no retroceda ante el ruido mediático. Y una ciudadanía que no confunda odio con opinión. Porque proteger a las infancias y a las mujeres no es ideología: es humanidad. Y porque, como recuerda la jurista Alda Facio,

“Una justicia sin perspectiva de género no es justicia: es complicidad.”

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